lunes, 19 de octubre de 2015

Roma: El imperio


El ascenso de Octavio al poder en Roma en el año 27 a.c. marcó el inicio de la era imperial. Con el título honorífico de Augusto, que imponía su veneración por ser una persona protegida por los dioses, asumió los cargos de cónsul de Roma y procónsul de las provincias no pacificadas. Posteriormente adoptó el título de princeps (primer ciudadano) y luego el de Imperator, centrando el mando supremo de los ejércitos. Prosiguió con los cargos de tribuno de la plebe y se nombró sumo pontífice, a fin de dirigir todos los asuntos religiosos. En definitiva, concentró todo el poder en él. Si bien Augusto mantuvo el funcionamiento de ciertas instituciones republicanas, la realidad es que estaba constituida una monarquía.

La época de Octavio se conoce como la Pax Romana o Siglo de Augusto, período que se mantendría hasta el siglo III. El orden lo estableció en primer término neutralizando el poder del ejército. Para depurar los cargos de conducción, licenció a dos terceras partes de las tropas y les asignó tierras, a su vez, reubicó legiones en fronteras y rotaba a los generales, para que no generaran lazos con sus tropas. Además, concedió más participación en cargos públicos a los caballeros y distribuyó empleos en obras públicas a la plebe, además de dar alimentos y organizar espectáculos gratuitos.

Durante este período, Octavio propiciar el desarrollo cultural y social. Bajo la responsabilidad de Cayo Mecenas, amigo personal de Augusto, se reunieron artistas bajo la protección económica del imperio. Se destacan poetas como Horacio, Virgilio y Propercio, además del historiador Tito Livio. En lo social, propició reformas tendientes a recuperar el valor familiar y el respecto al matrimonio, además de favorecer la creencia en los dioses romanos y acabar con la tolerancia a religiones orientales.

Imperio

Durante este período, la extensión de la dominación romana alcanzaría su punto máximo. Los generales Agripa, Druso y Tiberio lograrían incorporar regiones como la península Ibérica y anexarían Panonia. Además, pacificarían regiones como Iliria y las Galias; se lograrían acuerdos con los partos, que controlaban la zona de Irán); y se aseguraron las fronteras en el Danubio y el Rhin; fracasando en el intento de dominar la región de Germania.

En los más de dos siglos que duró el Imperio, el poder se centró en el palacio imperial, desde donde los emperadores dirigían el Imperio asistido por un consejo de prefectos y secretarios. Su poder era absoluto y reprimían cualquier intento de sublevación. Por eso, los ejércitos adquirieron un peso importante en el sustento del poder imperial, sumado a la religión, que con la figura de Augusto como dios imponían veneración al Imperio.

El mismo emperador Augusto definió a su yerno e hijo adoptivo, Tiberio, como sucesor, y se estableció ese criterio como mecanismo de sucesión. Posteriormente se establecieron las siguientes dinastías.

·         Julio-Claudios: Tiberio (14-37), Calígula (37-41), Claudio (41-54) y Nerón (54-68).
·         Flavios: Vespasiano (69-79), Tito (79-81), Domiciano (81-96).
·         Antoninos: Nerva (96-98), Trajano (98-117), Adriano (117-138), Antonio Pío (138-161), Marco Aurelio (161-180), Cómodo (180-192).
·         Severos: Septemio Severo (193-211), Caracalla (211-217), Macrino (217-218), Hiliogábalo (218-222) y Alejandro Severo (222-235)

El emperador Alejandro Severo sufrió una crisis en el año 235 que se extendió hasta el año 285 donde se sucedieron 26 emperadores. Así, poco a poco el Imperio fue perdiendo capacidad de sostener su poder en el vasto territorio, tanto por las invasiones de los germanos como la ruralización de la vida y el incremento del bandolerismo. Así, no se pudo mantener la centralidad del poder del funcionariado imperial y la tendencia centrífuga de las decisiones.

Hubo un intento de restauración con Diocleciano quien fijo la división del imperio en dos regiones (Oriente y Occidente) y estableció una tetrarquía, formada por dos Emperadores (él y Maximiano) y cada uno uno asesorado por un César que sería su sucesor, con poder absoluto perdiendo todo peso el Senado. Esta reforma logró establecer un orden y centrar luego el poder en Constantino, quien decidió restablecer el sistema hereditario y trasladó la capital del imperio a Bizancio, redenominada Constantinopla.


El emperador Teodisio dividió el Imperio entre sus hijos, formando el Imperio romano de Oriente, a cargo de A. Arcadio y con capital en Constantinopla, y el Imperio romano de Occidente, a cargo de Honorio con capital de Roma. Sin embargo, no se logró frenar el proceso de crisis, especialmente en las invasiones de los pueblos bárbaros, las rebeliones de campesinos y la deslealtad de ejércitos. El imperio tuvo invasiones en la península ibérica en el 406 de vándalos, suevos y alanos, en tanto que los Visigodos saquearon Roma en el 410. Posteriormente, los hunos invadieron el Imperio y fueron detenidos, pero hacia el año 476, el emperador romano Rómulo Augústulo (el pequeño Augusto) fue asesinado por Odoacro, poniéndose fin al Imperio romano de occidente.

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